A eso de la medianoche le pareció que en el jardín había luz. Era cada vez más intensa, y, por fin, todo el jardín se iluminó. El zarevitz vio que el pájaro de fuego estaba posado en una rama y picoteaba las manzanas de oro.
El zarevitz Iván se acercó sigiloso al manzano y asió de la cola al ave. El pájaro de fuego se estremeció y levantó el vuelo, dejando en la mano del zarevitz una pluma de su cola.
A la mañana siguiente, el zarevitz Iván se presentó ante su padre. El zar le preguntó:
—Di, querido Iván, ¿has visto al ladrón?
—No lo he atrapado, querido padre, pero sé ya quién comete fechorías en nuestro jardín. Aquí tienes un recuerdo del ladrón. Es el pájaro de fuego.
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